Hace unos días asistí a una charla donde un escritor contó los pormenores de su proceso creativo, los entresijos de la construcción de sus historias y la rutina que seguía a la hora de sentarse frente al computador. Al final, un tipo entusiasta pidió para él, y para todo el público, un consejo para los escritores independientes. El escritor de la charla enmudeció por unos segundos, se rascó la cabeza y al final dijo que todos los escritores que él conocía eran independientes, incluyéndose él mismo, pues todos vivían de alguna otra cosa: un guion para la televisión, un artículo lifestyle en revistas de variedades y así, y que ni siquiera él tenía la certeza de ser publicado por su editorial el año próximo debido a un inmenso catálogo que no hacía más que crecer. Todos somos independientes, sentenció al final. El hombre que preguntó volvió la mirada al piso y guardó silencio. Esa no era la respuesta que buscaba. La respuesta del escritor se sintió lejana, distante como Alfa Centauris. Imagino que el escritor quiso decirle que por aquí todos pertenecen a las ligas menores de la industria editorial. Sin embargo, lo que no mencionó el escritor, e imagino que por ahí iba encaminada la pregunta del otro, es que hay unas ligas menores menores. Unas ligas de escritores que son mucho más independientes, hijos de la era digital, que escriben a diario pero que no tienen contratos editoriales, ni canales de distribución, ni columnas en revistas de variedades, ni guiones de novelas de televisión por entregar. Un grupo grande que edita, publica y distribuye sus libros con dinero de su bolsillo y casi siempre a pérdida, armados solo con un perfil de facebook (o un blog como este) y pandillas de amigos que los secundan. Quizá son invisibles para la industria editorial y están ahí con la sangre caliente, esperando su momento desde la periferia o quizá ni siquiera les importe la industria.
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Imagen: Moebius