A los dos tipos de esta imagen se les ve caminando uno detrás del otro en un corredor límpido que casi pareciera un decorado de un costoso set hollywodense, y ellos, vestidos con hermosos trajes futuristas, como salidos de una secuela de 2001 Odisea del espacio o de Interstellar. Ciencia ficción pura y dura. Sin embargo, son los astronautas Bob Behnken y Doug Hurley a punto de embarcarse en la Crew Dragon, a uno se le ve sonriendo y el otro tiene la mirada puesta en el horizonte en esta fotografía promocional del que se espera sea el primer viaje de una empresa privada en poner hombres en órbita. El despegue estaba programado para el día miércoles pero el mal clima hizo que se pospusiera para mañana sábado y tiene como destino la Estación Espacial Internacional en una misión de unos tres meses, aunque la misión de estos dos es lo que menos parece importarle a todo el mundo, o al menos a mí. El quid del asunto es que el espacio entre ciencia ficción y realidad se acorta cada vez más, y con ello nuestra forma de verla. Que estos trajes intravehiculares parezcan tan futuristas y que sin embargo sean parte de nuestro presente, nos lleva a una cuestión que para la literatura de ciencia ficción es fundamental. La ciencia ficción, concentrada inicialmente en los entresijos de la modificación de nuestras vidas por medio de la tecnología, ahora está volcada por completo a otros aspectos más mundanos y adopta preocupaciones sociales que fueron exploradas ampliamente por la novela negra (corran a ver The Expanse) y en donde ya no importa el decorado, pues Elon Musk se ha encargado de dárnoslo, sino la esencia de lo humano. Pues ahora, mientras más rápido se toca el cielo, más interesan los problemas de la tierra, la sal de la tierra. Y nosotros, simples mortales, vemos complacidos cómo los hombres alcanzan las estrellas vestidos a la moda.
viernes, 29 de mayo de 2020
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