martes, 24 de octubre de 2023

Sumas

Todas nuestras prisas, rastros de personas que un día respiraron con tranquilidad. Fantasmas, bruma. El hijo con ese nombre horrible que sufre por el padre ausente, herido, muerto. Sue el despreciable. Los que van rompiendo botellas y recibiendo más golpes que besos. Quien mira al horizonte y la luz se le cuela hasta adentro y convive con la mancha de un sol oscuro en la cabeza. Los restos de la información que se quiebra por la desconexión, paquetes perdidos, fluctuantes, lejanos. Los desconocidos que se encuentran en una banca de un parque sin nombre en una ciudad sin nombre y se hablan en lenguas extrañas y cada uno, por su lado, da las respuestas que cree oportunas mientras el otro asiente o niega con seriedad, que luego se levantan y que con el tiempo recuerdan ese momento como el lugar de la paz. El motivo de esa conversación. Los amantes que temen el abrazo, la mirada justa, el nervio de las pupilas, pero sueñan con un rinconcito de un pueblo con lago en el que son despertados por una radio con canciones de amor de décadas pasadas. El recuerdo falaz de la infancia. El color perdido, la olvidada estática de la T.V. La Venecia celeste.
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De la imagen: Venecia celeste por Moebius.



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