Leía ayer un artículo en el El espectador titulado Carver, el inspirador de González Iñárritu acerca de cómo Raymond Carver sirvió de inspiración al director Alejandro González Iñárritu para la creación de su premiada película Birdman. Recuerda el artículo, cómo el director agradeció a Carver y a su viuda; cómo, además, sirvieron sus cuentos para alimentar una trama llena de egos y cotidianidad. Y sí, el espíritu de Carver estaba por todos lados y no era solo cosa del filme del mexicano, sino en todo el teatro Dolby donde se entregaron los premios. Demasiadas sonrisas para una sola noche. En suma, la cotidianidad enmarcada en una sociedad siempre iluminada por los reflectores. Pensaba ¿Qué harán los perdedores con el discurso que prepararon por días y que guardaron en algún lugar de sus vestidos? También pensaba en los otros, actores que sirven solo de paisaje, tipos que llevan años sin realizar una película decente y asisten al evento para, qué sé yo, mantenerse vigentes ante en un público sin rostro que algún otro día, si la suerte es buena, llenará la taquilla del cine. Veía tanta gente feliz y solo me podía preguntar ¿quién es ese de ahí? ¿maquillador? ¿escenógrafo, amigo del escenógrafo? ¿primo de algún sonidista? y esa chica hermosa a quien la cámara enfocó por un instante ¿será la amante del sobrino de un productor? ¿amante de un productor? ¿una bomba sexy que espera su momento? De seguro la renta de vestidos en Hollywood estuvo muy movida estas semanas ¿Qué harían todos los que no fueron invitados a las fiestas de después? Me gusta imaginar que se fueron a comer hamburguesas al costado de una gasolinera. Los veo abanicando las manos mientras hablan de amor y chupan un cigarrillo. Perfectos personajes de un cuento de Carver. Ahí pintado sin más, el sueño americano.
jueves, 26 de febrero de 2015
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