En un mundo hiperconectado, donde la información fluye a una velocidad vertiginosa, donde la verdad y la mentira se confunden en un mar de bits y bytes, tal vez lo mejor que podemos hacer es callar. Pero, ¿para qué necesitamos el silencio si podemos gritar más alto que los demás en Twitter?, ¿quién quiere eso cuando podemos tener likes, seguidores y retweets? ¿Para qué pensar por nosotros mismos si podemos simplemente compartir la última teoría de conspiración en Facebook y sentir que pertenecemos a algo más grande? El problema no es solo el exceso de información, sino la forma en que la consumimos y la compartimos. Somos parte del problema porque nos gusta sentirnos importantes, estar en el centro de la conversación, tener algo que decir sin saber cuánto de lo que decimos es realmente importante. Sufrimos del síndrome del escriba. Ese que describió Julio Cortázar en “Fin del mundo del fin”. Un mundo lleno de escribas y en donde cada vez son menos los lectores porque también se convierten en escribas con el único objetivo de registrar su infinito manual de intrascendencias.
En el cuento, se crean disposiciones legales con el único fin de seguir escribiendo y se sigue aumentando el espacio para almacenar libros hasta que los libros se desbordan de las casas y luego de las ciudades y se adentran en el campo hasta llegar a las costas y solo queda echar al mar el exceso de libros para seguir escribiendo, pero en algún momento también el mar se satura y precipita el agua a la tierra y hasta se redistribuyen los continentes. Tenemos decenas, cientos de aplicaciones para comunicarnos pero ninguna nos conecta. Estamos enfermos de información, deseosos de aprobación en forma de likes, escribas de nuestras miserias, frustraciones y sueños. La única solución sería, cómo no, la selectividad. Usar la cabeza por un momento. Pero los algoritmos de Tik Tok e Instagram nos vuelven viento y bote a la vez. Nos llenan de contenido entretenido pero intrascendente.
En el cuento, al final, se describe como la raza de escribas, condenada a la extinción, sobrevive en la precariedad de un mundo lleno de libros y en el que solo unos pocos, quienes desde el principio dieron las órdenes, viven alejados del desastre. Quizá el bueno de Julio Cortázar también obraba como profeta.
Me haces sonreir
ResponderBorrarTu maravilloso humor de escritor porteño.
Tengo tantas ganas de volver a caminar Florida
La calle Florida
Te abrazo uno inmenso Me encantas!!!!!!
Poeta, caminemos la calle Florida.
BorrarVa un abrazo grande de vuelta.
Me gusta tu blog nuevo
ResponderBorrarEs diferente
Abrazos siempre
Me gusta que te guste. El cambio es solo forma, de fondo todo sigue igual.
BorrarLeer dejándose cautivar por el propio gusto estético puede ser otra opción. Todo texto, literario o no, no está exento de caer en ese mar de confusiones.
ResponderBorrarAbrazo.
Ariel
Así es, Ariel. Esa es una de mis medidas.
BorrarGracias por pasar.
Saludos.